Canción de los ángeles
William-Adolphe Boeguerau, 1881
William-Adolphe Boeguerau, 1881
Si
los arcángeles tuvieran ruedas en los pies en vez de alas a la
espalda, el cielo estaría lleno de todas esas cosas que los hombres
han inventado a partir de la rueda: bicicletas, trenes, coches,
camiones, autobuses, tractores, etc., pues aquí tenemos unos cuantos
ingenieros ávidos por crear objetos útiles, hartos de las
disquisiciones filosóficas con que muchos entretenemos la
eternidad en las alturas.
Esos
pobres niños negros, a los que varios ex-obispos insisten en
bautizar, muertos tan prematuramente por el hambre y la enfermedad,
esos que tanto disfrutan de tener al fin agua, medicinas y tres
comidas al día, ocuparían sus días en un incesante ir y venir,
pedaleando felices sobre sus triciclos.
San
Isidro tendría una vida más cómoda y sobre todo la recua de bueyes
con que ara los campos del cielo. Esos bueyes que tanta pena le dan a
San Francisco. Y éste dejaría de abusar de la paciencia de Dios
rogándole continuamente que les deje descansar. Pide que tengan al
menos descanso dominical. La verdad es que maldita la falta que
tenemos de tractores. Afortunadamente producimos todo el
alimento que necesitamos, pues tendríamos complicado lo de las
importaciones. Aquí en el cielo cuando la cosecha se malogra o es
escasa hay grandes disputas por hacer el milagro que nos saque del
atolladero. Nos sobra gente capaz de ello. Hace años llegó un
hombre de mediana edad, un alto directivo de empresa muerto a causa
del estrés y la obesidad. Era un tipo práctico que enseguida se
preocupó por el tema de la alimentación y quiso abrir un
McDonald's. Hasta ideó un plan para tener suministros regulares de
carne y de juguetitos de regalo para los niños, pero en cuanto se
enteró de que en el cielo todo es gratis, desistió. Dijo que el
Departamento de Expansión Internacional jamás aprobaría ese
proyecto.
Dios
no replica. Uno de los secretos de su larga vida y excelente humor es
que jamás discute. Se muestra tolerante. No necesita afirmaciones de
autoridad. Sí piensa, como alguna vez ha comentado a sus más
allegados, que le encantaría disponer de uno de esos teléfonos
móviles y poder así enviar sus mensajes a los hombres con toda
claridad, para que cada cual deje de entenderle a su manera. También
le gustaría darles un sustito a los incrédulos, que de pronto
recibieran una llamada suya en mitad de la noche; pero sabe que
pensarían que alguien les tomaba el pelo y le colgarían tras
insultarle. Le gustaría subirse aquí a alguno de esos ateos, sobre
todo si ha sido bueno, y decirle: "ves..., y tú no te lo
creías". Pero las reglas son las reglas y la admisión requiere
ineludiblemente la creencia. Si diera cualquier muestra de
flexibilidad en eso, sus suplentes en el Juicio Final se relajarían
aún más, y esto del cielo sería un cachondeo. Aquí somos
rigurosos en nuestros procesos de admisión. Nada que ver con la
manera en que se suelen hacer las cosas allí abajo, con como
administran, por ejemplo, las nulidades matrimoniales los que llevan
nuestra delegación principal, la de Roma. Aquí se les ha denegado
la entrada a personas muy poderosas e ilustres. Como dije antes, en
el cielo no hay enchufes.