jueves, 15 de diciembre de 2011

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD, UNA VIDA DISTINTA


Creo que todos, hasta los que se esfuerzan en no soñar jamás despiertos, hemos imaginado alguna vez que vivimos otra vida distinta. A veces, la fantasía es total y esa otra vida es radicalmente diferente de la nuestra. Otras veces, se trata de imaginar algún cambio en el inamovible pasado para llegar a un presente diferente, pero con más similitud con el real. Un presente que, casi huelga decirlo,  ya que estamos en ámbitos puramente imaginarios, es siempre mejor que el real. Un presente distinto en el que seríamos más felices y con el que nos sentiríamos mucho más a gusto e identificados.


Reflexionar sobre ese pensamiento es lo que he hecho en este artículo, sin más pretensión que compartir con quienes me lean esas excursiones mentales a las que, en alguna que otra ocasión, me he entregado.
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"¡Qué bueno sería tener, a veces, una segunda oportunidad!" Así empezaba, hace ya muchos años, demasiados incluso, un programa de televisión sobre seguridad vial. Una cuestión por entonces bastante alejada de la "sensibilidad" de la sociedad. A la vez que la voz en off decía eso, un vehículo se estampaba contra una enorme roca que, se supone, desprendida de la ladera de una montaña había quedado justo en medio de la carretera. El coche quedaba destrozado y sus ocupantes, se imaginaba, pues el programa tampoco era macabro, morían en el acto.

Soy de los que piensa, quizá por mi muy limitada sabiduría, que nos harían falta dos vidas: una para aprender a vivir y otra para vivirla bien vivida, partiendo ya del aprendizaje previo, el cual sólo se produce por medio del error. Ni consejos, ni libros, ni doctrinas laicas o religiosas, manuales de autoyuda o sustancias químicas de ninguna clase son, en verdad, de gran ayuda. Quizá por ello, junto con mi inveterada tendencia a la ensoñación, no son demasiado raros los momentos en que lamento alguna decisión tomada en el pasado y mi mente se ocupa en crear un hipotético presente distinto, a partir de esa modificación del pasado. Un presente puramente intelectual o hipotético que, huelga decirlo, siempre es mejor que el real.

No obstante, a veces me viene como un aire de sinceridad conmigo mismo, como un repentino convencimiento, basado en la experiencia y reforzado por la ciencia, y soy consciente de que nuestra valoración de lo que nos sucede suele depender más de nuestra percepción que de la vivencia objetivamente considerada. Y la percepción depende, a su vez, de nuestra forma de ser, de nuestra contextura anímica, sin perjuicio de la influencia del momento, de las variaciones que experimentamos en el estado de ánimo, pero hay un sustrato más o menos constante o que, por lo menos, es "multirreincidente" ya sea en el optimismo, ya en el pesimismo, simplificando mucho. Uno lleva a la alegría y el otro al sufrimiento.

Y, por ello, digamos que si, por unas u otras razones, me siento a veces muy a disgusto con mi realidad presente, me viene un convencimiento de que probablemente me sintiera igual si las cosas se hubieran desarrollado de la manera en que mi mente se entretiene en recrear o imaginar. Evidentemente, lo de la percepción es relativo, pues si tienes una enfermedad mortal, sufres un grave accidente, has perdido a un ser muy querido, estás preso o arruinado, por citar algunos ejemplos, es normal sentirse realmente mal; pero hay quienes se hunden por cualquier nimiedad y quienes han sido capaces de mantenerse enteros y de conservar las ganas de vivir e incluso la alegría de vivir  (la "joie de vivre" en la exitosa formulación francesa) en las peores circunstancias imaginables, por ejemplo, en los campos de concentración nazis. Así, hay quienes parecen acoger positivamente todo lo que les pasa y quienes parecen siempre a disgusto con lo que les ocurre.

A veces yo me entretengo en ese pasatiempo inútil de imaginar una vida distinta a partir de algún cambio en el pasado. Un pensamiento que los entendidos en la psiqué humana (aceptando que los haya) probablemente consideren nocivo por su potencial generador de lamentaciones y culpas y un puro escape de nuestras circunstancias que no se traduce en acción positiva alguna. Muy por encima de todos y pido perdón por esta impúdica referencia a mi persona, el cambio que imagino es haber realizado unos estudios distintos y, a resultas de ello, dedicarme a una profesión más creativa y, sobre todo, más acorde con lo que creo que he ido descubriendo con el tiempo, como mi verdadera vocación o, por lo menos, lo que más me gusta, lo que me proporciona gran placer hacer y para lo que nunca siento pereza, desidia o abulia. Creo que no hacen falta más detalles, pues a buen entendedor...
Ese ejercicio mental, en su huida de la realidad del aquí y del ahora, en lo que tiene de abandono de nuestra concreta circunstancia -aunque el protagonista sigamos siendo nosotros mismos, pero en realidad otro yo distinto, uno más de los que sucesivamente vamos siendo en nuestra vida, un yo más que compone una galería casi infinita y en la que conviven la idea que tenemos de nosotros mismos y la idea que creemos que los otros tienen de nosotros- esa huida, decía, me recuerda a la ficción en sus muy diversas formas y, dada mi preferencia por la literatura, a ésta y, en especial, a la novela.
No me extiendo más aquí y dejo mi elogio de la ficción y de la literatura en particular para otro "post".


Postdata. Redactado el artículo encuentro el vídeo de la cabecera del programa "La Segunda Oportunidad" en Youtube (presentado, veo ahora, por Paco Costas, que creo tenía una voz muy peculiar); pero no cambio nada de lo escrito, así queda constancia de que el recuerdo, como suele suceder, tiene alguna que otra diferencia con la realidad.

Por si hay algún nostálgico de los coches españoles de los años setenta, ahí va otro vídeo del programa en cuestión con un espectacular choque de un SEAT 124 contra un árbol.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si ya es difícil vivir una sola vida, no puedo ni imaginarme lo que sería vivir otra distinta... Me canso solamente con pensarlo.

Pero si nuestra percepción siempre es la misma, ¿no crees que seguiríamos repitiendo nuestra misma vida sucesivamente?

P.D. Gracias; muy interesante tu bloc.

N.

David dijo...

Gracias, "N", por tu comentario.

Me refiero sobre todo a la posibilidad de ser de facto y no como mera potencia los distintos yos que somos cada uno de nosotros. No creo que la percepción fuera la misma, como mucho algo parecida, pues también las experiencias vividas nos van influyendo, a veces lentamente, otras de manera traumática, en nuestra percepción del mundo. Es decir, nuestro "mapa anímico" o nuestra percepción de la realidad podrían variar de manera no desdeñable dependiendo de cómo de distinta fueran esas otras vidas.

La carretera es muy distinta yendo a lomos de un burro o a los mandos de un Ferrari. Tanto "el jinete" como "el conductor" respiran, orinan, defecan, comen, sienten alegría, placer, dolor, pena, ríen, lloran, etc.; pero forzosamente han de ver el mundo de manera notablemente distinta. Y si los intercambiáramos ambos serían personas muy distintas de como eran antes, probablemente con diferencias casi radicales si ese intercambio se produce desde el inicio de sus vidas.

Anónimo dijo...

Quizá tengas razón.Posiblemente si tuviéramos esta segunda oportunidad de la que hablas, nuestra segunda vida fuera distinta.
(Por cierto, muy acertado el ejemplo del burro y el jinete...)

Pero ¿sabes qué? Pues que lo lógico sería no cometer los mismos errores, de los que se supone que habríamos aprendido. Pero no sé por qué, que lo dudo. Creo que volveríamos a caer en los mismos, o por lo menos en algunos. Las personas somos víctimas del "tropezar con la misma piedra".
Así que, sabes qué te digo... ¡Virgencita que me quede como estoy!

Núria.